Celebración día de la independencia

“HEREDANDO EL GRITO”

En las calles soleadas de Ayapel, donde la tierra guarda ecos de los antepasados y las raíces son más profundas que los ríos, seis niños se alinearon frente a una cámara en medio de la celebración del Grito de Independencia. No vestían uniformes escolares ni ropa moderna: llevaban trajes típicos que contaban historias silenciosas de resistencia, dignidad y orgullo.

Cada uno representaba una región, una cultura, una voz que había sido parte del largo camino hacia la libertad. La foto no fue solo un recuerdo, sino una declaración. Como si desde ese instante, los niños heredaran el espíritu de aquel 20 de julio de 1810, cuando los criollos en Santa Fe levantaron su voz por la soberanía.

Sus pies descalzos simbolizan el abandono del gobierno español, la rudeza de sus raíces, pero sobre todo la rebeldía que al fin de cuenta acabaría con la tiranía de los colonizadores y el surgimiento de una nueva república, al fin, libres de toda opresión

Uno de los niños, con el puño discretamente cerrado, simbolizaba la determinación de aquellos primeros patriotas. Otro traía un pequeño poncho, tejida por su madre, como símbolo de esperanza que sigue bordándose cada día. A su alrededor, los adultos los observaban con respeto: no como simples espectadores, sino como testigos del nacimiento de nuevos líderes.

Ese año, la historia no se leyó en voz alta en una clase. Se vivió, se encarnó, se volvió gesto y color. Y así, con una sola foto, la independencia volvió a gritarse… esta vez, desde el corazón de una nueva generación.

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